Revista Actual

Centro Ceremonial Otomí


Este colosal monumento, dedicado a la etnia otomí, se halla enclavado en terrenos del parque ecológico otomí-mexica, al pie del cerro de Catedral, de gran significación histórica y mística para los otomíes. Comprende una superficie de 80 hectáreas, ocho de ellas de construcciones que sorprenden tanto por sus dimensiones arquitectónicas y escultóricas como por sus finalidades espirituales, rituales y religiosas.

El Centro Ceremonial fue construido durante el gobierno del doctor Jorge Jiménez Cantú e inaugurado el 15 de agosto de 1980 ante la presencia de 75 mil miembros del Ejército del Trabajo. Es una obra proyectada por el arquitecto Carlos Obregón Formoso.

El diseño artístico y decorativo estuvo a cargo del pintor y escultor Luis Aragón, quien trabajó en los proyectos para integrar su arte a la arquitectura del conjunto, el cual forma un foro abierto construido a la manera de los centros cere¬moniales prehispánicos.


En sí, la obra reproduce cómo era, en el siglo IX, este lugar, escenario de reuniones religiosas y cívicas otomíes antes de la influencia náhuatl, representada por Quetzalcóatl. Algo extraordinario es la abundante simbo¬logía otomí, plasmada en el conjunto de edificaciones, túmu¬los, plazas, escalinatas, esculturas, murales pétreos y otros cuerpos estructurales estilizados de gran contenido histórico y religioso que contrastan con la grandiosidad del valle.


Desde la glorieta del Centinela se admira la gran construcción que semeja un recinto fortificado. Al pie de aquel túmulo aparece la gran escalinata monumental que lleva a la plaza del Coloso, donde se encuentra el Thaay realizado por Gastón González, cuya figura representa al señor mensajero del fuego y de la vida, que anuncia el nuevo amanecer, y al señor del agua grande y del viento, que anuncia flores y frutos.
Más adelante, como telón de fondo, aparece el mural debido al genio de Luis Aragón, consistente en un gigantesco talud de 2,000 metros cuadrados de superficie que muestra bajorrelieves realizados con piedras de colores procedentes de las canteras de Taxco.

En la parte superior del gospi o fuego sagrado es representado por tres piedras orientadas en armonía astral, para propiciar el fuego ritual; más arriba aparecen dos formas de aves entrelazadas, símbolo prehispánico de la unión de los pueblos indígenas; en la parte inferior está el Damishy, “el jaguar que habla y camina”, tótem otomí representativo del Sol y de la Tierra.


El mural está impregnado de la ideología otomí cuyo men¬saje, según su propio autor, es: “Nos alimentamos en los pechos de Makime-Zana, diosa donde están los ojos de la noche; son ventanas para asomarnos al sol, el padre que nos da el mensaje para estar con nuestros dioses, ante el crótalo de Dakiña, serpiente donde están las estrellas rojas del eterno retorno.


En ella, que separa lo blanco y lo negro y nos recuerda que lo que es arriba es abajo. Cuerpo de Damishy cabalgando sobre Tzintzi, pájaro de la imaginación celeste. Lojo-Tizintzi (parte central de Damishy), dos cabezas de pájaros en¬trelazadas que también significan mo-vimiento —ollin—; todo ante el fuego del gospi en actitud real, con las tres piedras orientadas en armonía astral para integrar un solo personaje. Da¬mishy Mhuyi somos cuerpo, corazón que lanza una ofrenda a dios, Da¬mishy es la cabeza del gran tigre, se juntan serpiente, tradición, memoria ancestral, naturaleza y rito para pa¬sar de nfini az nñha (de pensamiento a palabra). Yie Damishy en las manos del gran tigre está la cruz de los cua¬tro tiempos, que resurge llevando un mensaje al futuro.


La plaza del Sagitario cuenta con diversas escalinatas que flanquean los cuatro puntos cardinales. Son un total de 365 escalones que representan los días del año. Cada serie de estas escalinatas está rematada por escultu¬ras de piedra con forma de serpientes trenzadas que simbolizan los 52 años del siglo prehispánico, es decir, la ma¬nera como el otomí precolombino me¬día las etapas cosmogónicas; asimismo, representa el ciclo de Venus y las 52 semanas del año cristiano. Las serpientes salen del suelo y tratan de alcanzar el espacio; simbolizan la fuerza y la voluntad del hombre otomí por querer salir adelante. De las fauces de las serpientes entrelazadas sale el fuego.

Estos pebeteros o gospies del mundo cosmogónico indoamerica¬no tienen una dimensión de ocho me¬tros, parecida a los atlantes de Tula. Como en otras culturas, manejan el principio dual como germen creativo: noche-día, cielo-tierra, negro-blanco. En el encuentro de esa dualidad está el nacimiento de todo.


Sobre el edificio del Consejo Supremo Otomí hay siete cuerpos escultóricos que simbolizan las tribus nahuatlacas que partieron del mítico Chicomoztoc hacia el año 820 d.C. Representan además los días de la semana, los co¬lores del arco iris y los sonidos de la escala musical.

En la parte superior sobresale la obra del escultor Pedro Cervantes: el gran Sol esculpido en piedra roja que sim¬boliza el elemento creador de todo lo que existe y rige la vida sobre la Tierra. Representa también los cua¬tro elementos de la naturaleza que corresponden a los soles de: fuego, agua, tierra y viento de la cosmogonía prehispánica.


De la parte inferior del Sol nace una fuente lustral que forma una cascada artificial de forma piramidal. El agua junto con el Sol, la tierra y el aire son los elementos esenciales de la filosofía indígena.


A los lados del gran Sol aparecen 12 conos que representan los signos o constelaciones que recorre el astro rey en su curso anual aparen¬te, o sea, los meses del año cristiano. Estos conos o silos son caracoles en forma estilizada (símbolo del agua) que representan también las sucesivas generaciones durante los tres mil años de existencia del pueblo otomí.

La parte central del piso de la plaza está decorada por un símbolo del Sagitario compuesto por tres llamas que cruzan el círculo formado por una serpiente que se muerde la cola. Las llamas representan las áreas de acción en las que el hombre se realiza: la razón, la emoción y la fuerza, es decir su mente, su espíritu y su cuerpo, entre otras trilo¬gías. Estas fuerzas rebasan el círculo que representa el ciclo cerrado de nuestra vida.


La escultura en bronce de Tlilcuetzpalin o Botzanga (Lagartija Ne¬gra), que se encontraba a cuatro kilómetros hacia el oriente del centro ceremonial, desapareció en diciembre de 1995 por acción de saqueadores.


El Centro Ceremonial Otomí cuenta con otros departamentos de gran utilidad social como el salón de consejos para las reuniones de los líderes naturales de este pueblo, auditorio, casa de artesanías y un pequeño museo didáctico que alberga una exposición perma¬nente de diversos objetos arqueológicos, históricos y artesanales de la cultura otomí. Mediante un convenio con la Comisión Nacional del Deporte (Conade), una parte se convirtió en centro para el desarrollo de atletas de alto rendimiento.


El Centro Ceremonial es un monumento cuya función radica en preservar las tradiciones y perpetuar el señorío de la raza otomí. Constituye una fuente de donde emana la fuerza para rescatar la identidad no sólo de este grupo étnico sino de todos los pueblos indígenas.


De acuerdo con la Declaración de Temoaya de 1979, desde este centro cultural y educati¬vo habrá de pugnarse por que sea reconocida legalmente la complejidad étnica de la nación.

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