Revista Actual

La fundación de la real y nobilísima ciudad de Lerma, 1613




 Por Claudio Barrera Gutiérrez

En la Nueva España, los españoles consideraron cinco requisitos básicos para fundar una nueva villa o ciudad: apoyo aborigen, seguridad, salubridad, riqueza y recursos para su construcción: Sin el apoyo, de grado o por fuerza, de los indios de la comarca cualquier nuevo asentamiento estaba destinado al fracaso. El segundo requisito también resultaba indispensable, puesto que de él dependía la vida de los habitantes. Se buscaba que el emplazamiento estuviera bien situado, con buena visibilidad y con varias posibles salidas en caso de emergencia.

En cuanto a la salubridad, se trataba de buscar un lugar sano, con aire “limpio”, clima adecuado y abundancia de agua. Es sabido que uno de los atractivos más poderosos para los españoles era la posibilidad de lograr una riqueza más o menos rápida, por lo que si la villa estaba en un lugar estratégico, como la orilla del mar, los colonos tenían la posibilidad de convertirse en comerciantes; por el contrario si había placeres de oro en las cercanías era seguro que la villa tendría gran éxito mientras durase la explotación de ese mineral, y si se lograba descubrir una buena veta de plata en los alrededores la fundación tendría garantizada un poblamiento creciente a mediano y quizás a largo plazo. También era indispensable que hubiera suficientes canteras, así como arcillas, agua potable y de riego, pastos y bosques y buenas radas  puertos en el caso de ciudades costeras.

Cuando se cumplián aquellas condiciones y se lograba la fundación de una villa o ciudad, sus habitantes estaban obligados a buscabar la “confirmación real”, para asegurar la protección de la corona; esta confirmación se realizaba a través de tres mecanismos: la obtención de un escudo de armas, el título de ciudad, y la aprobación de sus bandos u ordenanzas municipales. El escudo o blasón era el símbolo que identificaba a una ciudad; los propios vecinos o el cabildo elaboraban la propuesta y la enviaban al rey para que la autorizara y promulgara a través de una cédula en forma de merced real, atendiendo a los “buenos y leales servicios” de cada ciudad. El ayuntamiento mandaba confeccionarlo en tela a manera de bandera y podía usarlo en las ceremonias públicas y en las procesiones religiosas, o bien se hacía en relieve y piedra para colocarlo en el pórtito de las casas reales. El título de “muy noble” y “muy leal” ciudad, era una de las viejas reminiscencias del Medievo español, que tuvo gran significación cuando el monarca castellano otorgaba fueros y honras a las fundaciones ibéricas. Por su parte, la elaboración y aprobación de las ordenanzas municipales  daba a la ciudad y a su cabildo los elementos mínimos para el buen desempeño del gobierno local. Estas ordenanzas se elaboraban dentro de los cabildos, pero las supervisaba un oídor  de la audiencia a la que pertenecían. Posteriormente eran enviadas al Virrey o al Consejo de Indias para su respectiva aprobación.

La fundación de ciudades o villas novohispanas siempre estuvo estrechamente vinculada a los intereses de ciertos personajes que podían ser socios capitalistas o miembros de grupos políticos. Toda expedición de conquista y colonización era una compleja empresa económica y política que involucraba a gran número de personas e interéses. Si un grupo de conquistadores se introducía a un territorio que ya estaba sometido o se consideraba dentro de la zona de influencia de otro grupo sobrevenía un conflicto, el cual desembocaba en la mayoría de los casos en enfrentamientos bélicos y jurídicos por el control de la zona.

En este sentido, los datos históricos nos muestran que la fundación de la Ciudad de Lerma estuvo estrechamente vinculada a los intereses de Martín Reolín Barejón y un grupo colonos de la zona. Éstos, considerarón que la zona en la que hoy se encuentra Lerma estaba situada en un área estrategica inmejorable, por un lado comunicaba tanto a la Ciudad de México con la villa de Toluca, y por el otro, comunicaba a los pueblos que se encontraban a su alrededor y a los centros mineros del sur. Por lo que desde el punto de vista de estos personajes, la instauración de Lerma tenía toda la intención de rivalizar con la villa de Toluca en cuestiones económicas, sociales y políticas; pero jamás prospero como centro regional importante como enseguida observaremos.

Martín Reolín Barejón era originario de la villa del Puerto Real, reino de Castilla, hijo legítimo de Antonio Reolín Barejón y de María Díaz de Garay, quienes habían sido vecinos de la citada villa de Puerto Real. Martín contrajo nupcias con Catalina de Torres, con quien procreó una hija llamada Cecilia Reolín. Martín Reolín Barejón llegó a la Nueva España a finales del siglo XVI y se estableció en el pueblo de Santiago Tianguistenco, que estaba asentado al lado oriental del río Chignahuapan en el valle de Toluca, perteneciente a la jurisdicción de Tenango del Valle.

A principios del siglo XVII, Reolín Barejón junto con un grupo de colonos españoles decidieron que había llegado el momento de fundar una ciudad para españoles en esta área, con la esperanza de que se convirtiera con el paso del tiempo en el más importante centro poblacional. Hacía 1613 los colonos firmaron una especie de compromiso notarial en el que respaldaban la primitiva fundación de la “ciudad de Lerma”, que se ubicaría al lado del camino México-Toluca, exactamente en la banda oriental del río Chignahuapan (o Lerma), que era de jurisdicción realenga. En ese año, la Corona Española le otorgó a Martín Reolín Barejón el beneficio de fundar una cuidad que ostentaría el nombre de “Real y Nobilísima Cuidad de Lerma”. Al momento a Reolín Barejón se le otorgaron el privilegio de ser corregidor perpetuo y alguacil mayor de la ciudad, y además recibió el escudo de armas o blasón con que se identificaría la ciudad. Hacia 1620 recibió la autorización real para nombrar a los religiosos y poder erigir una iglesia bajo la advocación de Santa Clara.

El lugar elegido para la fundación estaba deshabitado,  pero incluía terrenos de los pueblos de Tlalachco, Ocoyoacac asentados al pie de la Serranía de las Cruces y  San Mateo Atenco ubicado al poniente del río Chignahuapan.

El asentamiento de la nueva ciudad fue diseñado con una plaza central y alrededor de ella la iglesia, las casas  reales y la alhóndiga y cuatro manzanas de solares destinadas a comercio, talleres y habitaciones. Además se señalaron las tierras de “propios” que servirían como reserva territorial y para financiar los gastos del gobierno local o cabildo. La forma como fueron repartidos los primeros solares muestra ese orden jerárquico y social que se hacía valer en esos momentos. Reolín Barejón eligió un lugar estratégico en el  corazón del núcleo urbano. Al encomendero del pueblo de Tlacotepec, Antonio García Legaspi, también se le ubicó muy cerca de la plaza central. Otros sitios centrales fueron repartidos a los primeros oficiales del cabildo, y de ahí en adelante al resto de los nuevos vecinos españoles.

La fundación no tuvo los resultados ni demográficos ni económicos esperados. Hacia finales del siglo XVII la ciudad subsistía muy precariamente, y así continuó durante el resto del periodo colonial. Una de las razones por las cuales Lerma no tuvo el éxito que se pensaba –quizás la mayor-, fue debido a que los indios se opusieron de inmediato y no participaron en su creación.7  Lo que demuestra de alguna forma que si se rompía con las bases enunciadas al principio de este texto, entonces las villas o ciudades dependían más que de la voluntad y deseo de los españoles; de la supervivencia y reacomodo de la estructura demográfica y económica que los indígenas habían establecido en épocas anteriores.

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